lunes, mayo 29, 2006

Linda


Hace algún tiempo conocí a una mujer excepcional, una anciana aventurera que recorría el mundo en soledad, con un ligero equipaje de recuerdos y la única compañía de las personas que nos topábamos en su destino.
Durante horas nos relató su historia bajo el hechizo del habla argentina. Había viajado por lo largo y ancho del mundo con su marido, años felices que al enviudar no quiso que perecieran en el pasado; así que continuó recorriendo los cinco continentes dejando en la provincia de La pampa hijos y nietos a los que preocupar; más que por su salud lo que les inquietaba, según ella, era lo cara que era la vida de una trotamundos insaciable, y la poca plata que heredarían si la abuela visitara todos los países que había prometido descubrir.
Nos cautivó su conversación, el fulgor de su mirada, su gran corazón hilvanando sueños e ideas para crear una sociedad más humanizada, no dejando que la experiencia de su madurez lapidara sus ilusiones. De su vejez manaba una gran vitalidad; caminó durante horas liberando un chorro de verborrea arrollador acerca de los aromáticos tes de Sri Lanka, la vegetación exuberante de la península de Yucatán, o las largas siestas en las playas de Phuket; incluso reivindicó frente a unos estadounidenses que América se extendía de Patagonia a Alaska, y que ella como argentina, latina y del sur, era tan americana como ellos, y mancillaban el nombre del continente con el concurrente error de llamar a su país “América”.
Su nombre era Rosita, conocía mas naciones que años cargaba a sus espaldas, y ya rondaba los 80. Rebosaba vitalidad, una gran riqueza cultural labrada en su peregrinar. Cada pueblo, sus rincones, cada recuerdo eran una grieta sobre su piel, aquella tarde nosotros también grabamos un surco en nuestras almas.
Ocurrió en el transcurso de una excursión al volcán Arenal en Costa Rica, una tarde de Marzo en medio de un paisaje lunar; Al anochecer se retiró a su cabaña y allí perdimos su huella en el tiempo.
Meses después entre risas y fotografías una amiga recordó que en radio Euskadi había un programa en que viajeros y nómadas, amigos de la emisora, participaban con periodicidad relatando sus aventuras desde distintas regiones y ciudades del globo. Y cada cierto tiempo aparecía Rosita, una argentina universal, que a pesar de su avanzada edad cabalgaba sobre el mundo.
Nunca hemos cazado su rastro en las ondas. Pero aun conservo viva su imagen, exclamando con una sonrisa al saber de mi origen:
- Que linda tierra tienen! – y recordó sus días en tierras vascas, enamorada del intenso verde de los prados y de los aromas a caserío.
Y yo entre tanto pensaba: …“mas linda sos vos”.