martes, junio 19, 2007

Кфlфяеs


Al arribar el invierno se endurece la gélida expresión de los semblantes, los cuerpos mermados cubren su palidez con pieles, y el rastro de la gente se desvanece sobre las calzadas heladas. La ciudad sepultada en nieve emerge bajo la superficie, con infinitas galerías subterráneas repletas de almas errantes, comercio de pulgas y vagones encarrilados ensordeciendo los andenes.

Al llegar noviembre se despinta el verde que copa los frondosos bosques urbanos, los rastros de nieve anidan sobre las cúpulas doradas de templos y palacios, los lagos se tornan de mármol, los cielos turquesas se tiñen de marrón y la plaza roja se cubre de un espeso manto blanco. Con los primeros pigmentos polares la ciudad desmaquilla sus matices, como un lienzo de sombras trazado a lápiz, una fotografía en blanco y negro, un paraje deshabitado en escala de grises.

Las nubes del oeste cambiaron para siempre el clima de la estepa, tras aquella tempestad de poniente nacieron nuevos estandartes ondeando a los nuevos vientos. Colores en las banderas, tonos en los paisajes, tintes perfilando las trazas; colores que con el nuevo eclipse solar, un invierno más, se desvanecerán…