martes, marzo 18, 2008

El clan


En una remota aldea a las afueras de Kampala hay una gran hoguera crepitando en la madrugada. Frente a ella, el último de los Bukenya contempla entre sollozos como arde su cabaña; como se calcina la amargura del ayer; como las lenguas de fuego dibujan en la noche pretéritos pasajes de su infancia. Llora mientras ve desmoronarse el esqueleto abrasado de su hogar. Bajo aquel techo de ramas y paja habían nacido sus hermanos, allí habían subsistido entre polvo y lodo; labrando de sol a sol el sitio de su recreo, el árido campo ugandés. Y allí, en su humilde choza, habían fallecido junto a sus padres en apenas dos décadas, victimas del hambre y la enfermedad.

El último de los Bukenya tan solo tiene cuarenta y dos años, y ya es un anciano. La penuria y la dolencia han extinguido cualquier vestigio de la existencia de los suyos. Y en su chabola infesta de sufrimiento y aflicción, transcurren los días sin pasar el tiempo. Su única esperanza está en huir del recuerdo hacia una tierra con futuro.

Cuentan las leyendas de la comarca que existe un reino de flores sin guerras ni hambrunas. Un lugar llamado Holanda, mas allá de las pirámides de Gizeh, donde los campos son de tulipanes, y los molinos ruedan al viento...