martes, septiembre 04, 2007

El laberinto de marfil


Desorientado al oriente, entre alba y poniente, en algún instante entre pasado y presente, existe un gran laberinto. Un lugar en ninguna parte, el sitio de los perdidos, de los errabundos sin rumbo, de caminantes sin camino, sin exilio ni destino.
Miles de pasillos embrollados, clonados, desencasillados. Tabiques de marfil amurallando los senderos, infinitas baldosas blancas alfombrando cada ruta, cada estancia, cada gruta.
Un infierno elegante y decadente, un inmundo rincón sin mundo, un galimatías de espacios espaciados, yermos, deshabitados. Espejismos inconexos, deja vus en los reflejos, sueños despintados, presagios en las sombras, lagunas en los recuerdos, alucinaciones encadenadas, fantasías descarriladas.
Una prisión en lo mas siniestro de la mente, entre razón y depresión; en el continente mas oscuro de la imaginación, donde las puertas son de entrada y la salida subsiste omitida, en cualquier esquina escondida, entre locura y cordura, consciencia y clarividencia, sumisión e insurrección.
Un laberinto con dragones y mazmorras, heroínas, y fantasmas que dejan tras su estela de polvo, las rayas que dibujan la vereda entre tabiques de marfil, bajo una fría fluorescente blanca, parpadeando en la penumbra de cualquier lavabo…