jueves, febrero 15, 2007

Las sirenas encadenadas


En un lugar del lejano oriente existe un penal sumergido en el océano. Una prisión de ninfas marinas con busto de mujer y cuerpo de pez; en la mar se las conoce como Nereidas. Son inocentes criaturas oceánicas, solitarias ondinas despojadas de libertad, cuyo único delito fue el de naufragar en el destino, y haber sobrevivido a la tempestad.

Las jóvenes oceanidas cumplen condena en un acuario submarino perdido en el abisal, una cárcel batiscafo en lo más hondo del piélago, con diminutas celdas de cristal en forma de burbujas y vejigas. Las pequeñas náyades flotan en las pompas vidriadas soñando ser dríades de los bosques o niñas con rostro de sílfide y cuerpo de ave. Ansían ser libres, perder su apéndice acuático para poder galopar por los campos y surcar los cielos.

Pero en su cautiverio expresan sus deseos y anhelos a través de la música que mana de sus sentimientos, con un cante extraordinario. Las emociones son los acordes de una melodía mágica y sus sentidos las voces y el alma del orfeón; el sonido de sus voces se escucha desde cualquier rincón de la inmensidad marina, son misteriosos ecos de ultramar, como cantos de ballenas. Son el coro de sirenas más hermoso del mundo.

Las candorosas reas se alojan en la casa de Shangai, un viejo orfanato de la ciudad china. La más lúgubre y macabra de las penitenciarias asiáticas. Allí sufren suplicios y tormentos; están condenadas al olvido y a la displicencia, son explotadas e infravaloradas. Se les niega ser personas por el mero hecho de haber nacido mujeres en un territorio superpoblado, donde los hombres son seres lícitos y predilectos, individuos protegidos y legales. Mientras las niñas carecen de identidad en los censos, creciendo como ánimas del infortunio, subastadas al porvenir, suspirando ser rescatadas de su calvario.

Son las hijas de la adversidad, la escolanía de las sirenas encadenadas.