miércoles, marzo 21, 2007

El cazador de sonrisas


Los Elfos nacen con las auroras boreales en el círculo polar; tienen aspecto humano, pero poseen singulares virtudes, aptitudes asombrosas que hacen de ellos seres extraordinarios. Cuentan las leyendas que para desarrollar sus mágicos poderes deben demostrar su valía superando un desafío del destino. Por ese motivo sus ancianos les exilian a remotas tierras, donde no puedan hallar el exiguo rastro de sus recuerdos; abandonándoles a merced de la fortuna y sus designios. Cada niño de los glaciares aguarda sin saberlo el momento que decidirá si su candor se convierte en un fantástico don, o por el contrario deben continuar viviendo en la desmemoria como banales humanos.

Cuentan las fábulas que con el viento del ártico el azar asigna sus retos, duras pruebas que solventar en soledad; Cada duende se enfrenta a su duelo con el hado, ignorando que es evaluado por la vetusta mirada de los hidalgos nórdicos. Durante estos meses los geniecillos baten su suerte con la vida, mientras son velados por magos vestidos de alba y hombres pecosos de pelo rojo encaracolado, que cuentan los apólogos, emergen del centro de la tierra por los volcanes de Islandia.

El fulgor de una luz blanca detuvo el relato; eran los rayos de sol que confinados tras las persianas, inundaron el pequeño mundo de Aitor. El joven cuenta-cuentos besó la desnuda cabeza del niño y le susurró unas palabras al oído que despertaron una gran sonrisa en su marchito semblante. Se despidió de la enfermera y continuó con su visita a la habitación contigua.

Horas después Aitor lo entendió todo. Los niños que habitaban la planta de oncología eran elfos del norte; y sus canceres, los desafíos impuestos por el destino para poder ganar su magia. Los médicos de bata blanca eran los guardianes hechiceros; y el pelirrojo islandés no era otro que su amigo el cuenta-cuentos, el encantador de cabello grana, el más asombroso cazador de sonrisas. Ahora debía ser valiente y combatir con audacia su dolencia. Aquella noche cerró los ojos por última vez; y regresó a su reino helado a lomos de un hermoso corcel blanco, en los confines del círculo polar…