miércoles, mayo 16, 2007

El tren


La vida es un ferrocarril surcando el tiempo hacia el mañana, es el tren en el que todos viajamos.Een primera clase, de turista o de polizón; la riqueza compra la confortabilidad de cada compartimento, pero todos los vagones son arrastrados por la misma locomotora: la vida.
Por las ventanillas observamos el paisaje; a veces desnudo y hostil, otras, fértil y perfumado de colores. Avanzamos por anchas estepas, o serpenteamos las faldas de las montañas.
El trayecto es corto pero no está exento de accidentes. Las estaciones lo van abasteciendo de viajeros, mientras otros, resignados, deben apearse. Y con el agudo silbato del revisor la chimenea de la locomotora vomita su bocanada de vapor reanudando su viaje por la senda de acero. Muchas manos dibujan adioses en el aire, pañuelos agitados en señal de duelo, pero la despedida es breve y el ferrocarril se aleja rápidamente mientras la estación queda sumida en una densa bruma al desdibujarse tras las cortinas de lágrimas que empañan muchas de las miradas.
La serpiente mecánica surca veloz valles, acantilados, desiertos y glaciares; parajes de los que disfruta el ejecutivo, mientras es servido atentamente por un camarero. El pintor o el poeta no descuidan detalles, mientras el polizón, oculto tras unas cajas en el vagón de mercancías convive entre migas de pan y roedores, sin más paisaje que las cuatro húmedas paredes del container.
Suda la frente de la anciana postrada en la cama, inquieta ante la llegada de la próxima parada; escala que aguarda impaciente la embarazada, que ya siente las primeras contracciones ante la cercanía del nuevo apeadero.
Todos compartimos el mismo tren, que a veces avanza estable y otras muchas con vaivén, y cuando menos lo esperamos nos apea en el andén.
Nosotros somos el combustible que alimenta el engranaje mecánico de la locomotora, vivimos en simbiosis con el ferrocarril. La vida no es nada sin los seres que la habitamos.
Cada uno de nosotros es el tímido parpadeo de un fósforo, que tras consumirse, extingue su llama en la penumbra del recuerdo. Nosotros forjamos con nuestros pasos los senderos de tinta que escriben nuestra biografía en los billetes de ese tren; Acertado estuvo el poeta al recitar: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”; Somos ermitaños, proscritos y aventureros, pero siempre reos del calendario, intentando no caer cuando este derrama sus hojas mes a mes.
¡La vida! , Todo un enigma, quizá el secreto no está en vivir, sino en vivirla...