miércoles, mayo 23, 2007

Los sin nombre


Hubo una época de infamia donde los veleros bergantines zarpaban de África con destino al nuevo mundo. Navíos repletos de prisioneros, rumbo a una vida de esclavitud, denigrados y desterrados de sus hogares. Muchas de aquellas almas naufragaron durante las interminables travesías a través del océano; mientras otras, encadenadas en las galeras de las embarcaciones, arribaron a la tierra que sometería sus voluntades para siempre. Aquellos reos del infortunio fueron condenados a ser bestias de trabajo, servidumbre oprimida, siervos subyugados por la tiranía racial de los colonos. Explotados en los campos de algodón de la solana sureña. Presos bajo las alambradas de los opulentos; sin un futuro que atisbar en el horizonte, soñando con una utopía llamada libertad.


Siglos después continúan su migración a ultramar. Parten de sus costas en cayucos, abandonándose al hado, en busca de la prosperidad anhelada. En muchos casos no es la pobreza o la hambruna lo que les empuja a exiliarse de sus tierras; sino el sueño de alcanzar la felicidad en un mundo de oportunidades con menos miseria en cada rincón, pero con mas miserables sin corazón. Abandonan su país ansiando las riquezas que el éxito o el azar han otorgado a muchos otros. Viajan con un ligero equipaje de recuerdos e ilusiones, dejando atrás a los suyos sin saber cuando regresarán; y ni si quiera si en playa alguna atracarán. Muchas pateras zozobran en la mar, atestando la marea de desventurados flotantes. Infelices que no lograron realizar su periplo, un viaje interrumpido en el abismo del piélago.

La luz del lejano faro es una diminuta estrella en la inmensa oscuridad del ponto; es el quinqué que guía los sueños de los que singlan las aguas hacia una nueva esclavitud en la tierra de los blancos, en el comercio ambulante; sin techo, sin recursos, sin nombre…




Al pueblo de Senegal con todo mi amor; en agradecimiento a su hospitalidad.