La máquina del tiempo
Recuerdo mi primer salto en el tiempo, la insólita imagen de la exuberante vegetación invadiendo por completo el paisaje. El húmedo golpe de calor con fragancia a flor exótica y fruta tropical despertando mis sentidos. Los inhóspitos senderos abriéndose entre los árboles, las frondosas entrañas del bosque, la gran diversidad de fauna y flora cohabitando cada inexplorado rincón de aquel edén.
Las rutas naturales de la selva revelándonos unas cataratas infinitas, precipitándose sobre un lago cristalino, casi diáfano. Y en la rivera del caudaloso río que regaba el corazón del paraíso, se asentaban decenas de chozas de paja y rama pobladas de singulares humanos desnudos; con sus rostros y cuerpos pintados con tintes vegetales. Era una civilización muy primitiva; las endebles cabañas, sus frágiles armas de caza o los básicos utensilios domésticos eran el rastro de aquella cultura prehistórica. Una sociedad preindustrial, vetusta, nómada, salvaje; a merced de la naturaleza y sus elementos. Una era de lucha y supervivencia; trabajando las fértiles tierras del lugar, cultivando plantas medicinales, construyendo sencillas canoas y herramientas. Aquella antigua comunidad existía en una época tan lejana como distinta a la nuestra.
Aprendimos mucho en aquel primer viaje al pasado. Subimos a nuestra maquina del tiempo y tras un breve lapso adormecidos, regresamos al mundo urbano del presente. Nuestro ingenio del tiempo era un pequeño aeroplano, y nuestro salto a la prehistoria un puente aéreo entre la ciudad de Miami y la selva centro americana.
<< Home