viernes, diciembre 07, 2007

El habitante del fin del mundo


Esta es la historia de un muchacho que vivió y mató siendo un niño. El relato de un infanticida infantil, cuyas víctimas fueron los más vulnerables seres del mundo: los indefensos chiquillos de su ciudad. Aquellos homicidios fueron los más escalofriantes sucesos que se registran en las crónicas policiales del lugar.
El más joven de los asesinos en serie nunca antes conocido, era un muchacho atormentado por la enfermedad, por las palizas que le propinaba su padre y por la crueldad de sus fantasías. Cuenta la mitología negra de la capital que durante su infancia torturaba los pájaros que cazaba, arrancándoles ojos y plumas, y que a pesar de la fragilidad de su famélica silueta, golpeaba con fuerza y sadismo a los críos que atormentaba hasta la muerte. Creció en un arrabal desgranado de paisanos y extranjeros. Su niñez transcurrió en la calle, expulsado de las escuelas, vagando por las aceras, extraviado entre el reformatorio y su destino.
Lo llamaban "El Petiso Orejudo" debido a sus enormes y apantalladas orejas; era un huraño despiadado, sanguinario y atroz. Un criminal cuya barbarie asoló la Pampa.
Murió en la cárcel del fin del mundo, en la tierra de fuego. Allí donde zarpan los barcos hacia los confines de la Antartida.
Sobrellevó los largos días de la cárcel, sin amigos, sin visitas ni cartas, maltratado y violentado sexualmente. Murió sin confesar remordimientos; nunca se esclarecieron las causas de su deceso. Cuando el penal fue clausurado los huesos del celebre homicida no pudieron ser hallados en el camposanto de la penitenciaria. Aquella infame vida llegó a su fin en la ciudad de Ushuaia, la tundra de la Patagonia, la ciudad más austral del planeta.

Cuentan los ancianos del lugar que el fémur del sádico habitante del fin del mundo aún reposa como pisapapeles en el hogar del último alcaide de la prisión…