lunes, febrero 05, 2007

El asesino


Arribó desde ultramar hace algunos años, a bordo de un naviero mercante, confinado en un container de la bodega. El sigiloso polizón se asentó en un arrabal marginal de la ciudad costera; vivió exiliado en los suburbios, como un errabundo imperceptible, invisible a los ojos del mundo.

Meses después aquel tripulante anónimo reveló su verdadera identidad, su naturaleza aterradora. Se trataba de un homicida pasional, del más temible de los amantes; un asesino intangible, tenaz, silencioso; un despiadado criminal, solapado, furtivo, sediento de sangre. El forastero desconocido torturaba atrozmente a su victimas, y tras hacerlas yacer exhaustas sobre sus tálamos, las ejecutaba sin compasión. Era una bestia cautelosa, intangible, una fiera oculta en la más recóndita incógnita; indomable, invencible.

Aquel genocida se alimentaba de plasma, bebía de las venas y arterias de sus victimas hasta arrebatarles la vida. Aquel asesino era el virus que infectaba a los amantes desvalidos, navegando por sus venas hasta hacerles naufragar. Era un enemigo incorpóreo, minúsculo; que contaminó a miles de inocentes por el mero delito de amar.

La cruda enfermedad que azota hoy en día nuestro mundo, ladrona de porvenires; incursa de sembrar óbitos, huérfanos, pacientes ý desasosiego. El Sida, la gran epidemia que escarnece la existencia, un microbio letal, que infesta al planeta de dolor.

Pero la gran plaga no es el virus que aqueja a los portadores, sino el repudio disfrazado hacia los aquejados. Esa es la verdadera efectividad del germen; insensibilizar a las personas, enfermarnos de intolerancia y rechazo, deshumanizar las miradas; y esa pandemia es la más difícil de sanar…






La esperanza y los fármacos otorgan una vida ordinaria a los aquejados del primer mundo; mientras las naciones africanas expiran condenadas, y el resto del mundo agonizamos deshumanizados. A todos, mi solidaridad.