domingo, marzo 11, 2007

El prior



El prior de la abadía siempre esconde su vetusto semblante bajo el capuchón de su hábito. Deambula sobre un cetro dorado, como un espectro errabundo en la penumbra de los claustros. El anciano prelado es el guardián de la cartuja, el centinela de los espíritus anacoretas. Vaga por el convento susurrando plegarias, rogando por sus pecados, musitando oraciones. Con el crepúsculo se retira a su austero aposento, arropa la sotana con su gualdo escapulario mientras repasa mentalmente la homilía para su sermón. Cada día oficia la última misa del día, reuniendo a los frailes del monasterio bajo las tinieblas de la capilla; postrados entre los bancos del oratorio, rezando en absoluto mutismo.

Para aquel apostolado el clérigo encendió las velas de la iglesia; la sutil claridad de los cirios reveló la más macabra de las estampas. Los religiosos no oraban en silencio inclinados sobre los peldaños de madera de los asientos; sino que yacían muertos, arrodillados en penitencia, siniestramente emplazados por el tétrico abad. La ceremonia comenzó con la trémula voz del capellán invocando a Dios y a su justicia divina, maldiciendo a los ascetas sacrificados .Durante años sembró los seminarios del país de singulares sucesos, como eslabones de una gran cadena, hilvanado un plan maestro.

Cimentó un destino adulterado a nueve ordenados católicos; sacerdotes delatados por el inmundo rastro de sus delitos.

Cada presbítero fue ajusticiado por su delito según la sentencia celestial del decrepito pastor. Cada uno de los hermanos murió evocando el mandamiento de la ley de Dios que había transgredido. El corazón extirpado al que amó más al poder que a su divinidad; las huellas dactilares arrebatadas a quien banalizó la identidad del todopoderoso; el estomago descuajado sobre el vientre del cura que celebró fastos en vez de santificarlos; la lengua mutilada a quien no honró a sus padres; los genitales amputados al abate que abusó de niños sexualmente; las manos seccionadas del ladrón, las cuerdas vocales cercenadas del mentiroso, el cerebro despedazado de quien reprimió en su mente pensamientos impuros, y asfixiado de monedas obstruyendo su garganta el monje que codició los bienes ajenos.

Tras el sermón el lóbrego prior adaptó la soga a su cuello y murió asfixiado, pendiendo su cuerpo del altar, balanceándose como un botafumeiro; ejecutando el ultimo de los crímenes por contravenir las sagradas ordenanzas, el que el había cometido al matar a sus hermanos…

Los que aseguran portar la palabra de la providencia deberían predicar con el ejemplo en vez de violar con sus actos el mensaje que difunden. El prior, fue uno de tantos lunáticos cuya demencia elabora una interpretación extremista de su fe. El fanatismo religioso nos torna alienados, bestias sin ética, despojándonos de la razón. Muchos centinelas, no son guardianes de su credo sino de sus miserias reprimidas, convirtiéndolos en cancerberos del infierno.