El mercado de abastos
Un súbito estallido de entre el bullicio matinal; la claridad deslumbrante de una luz abrasadora, y un violento fragor lo envolvió todo en un instante. El eco de aquel agudo estruendo recorrió la ciudad en segundos; fue el más ensordecedor estrépito jamás escuchado en la capital. En un lapso fugaz el universo se contrajo y se dilató a una velocidad vertiginosa. Y tras la detonación, el destructivo efecto de la onda expansiva sembró de desolación los aledaños, hasta disiparse en la lontananza.
Aquella explosión arrasó la antigua plaza, destruyendo el mercado de abastos y varias fachadas colindantes. La deflagración no solo demolió el corazón comercial sino también la esperanza de los pueblos adversarios de las sagradas estirpes. Los vestigios de la feria quedaron dispersados por todas partes, junto a rastros de sangre, vísceras y restos humanos. Las sirenas de los equipos de emergencia atronaban a los aturdidos supervivientes. El caos era tremebundo, estridente, frenético, yermo, desgarrador...
Y a unos metros de la vorágine, sepultada bajo las ruinas, una joven embarazada sollozaba mientras contemplaba un caudaloso río de sangre perdiéndose en la alcantarilla sobre la que yacía su cabeza. Aquel arroyo rojo portaba el rastro de los tres dogmas, la viscosa huella de creencias enfrentadas.
Olga era una joven danesa enamorada de un ganadero palestino, un humilde pastor que vivía en los territorios ocupados. Aquella trágica mañana ella perdió la vida tras dar a luz a su hija en un hospital de Jerusalén; apenas unas horas después del atentado integrista la recién nacida fue entregada a su padre.
La llamaron Hécate evocando a la diosa de las tierras salvajes; una divinidad con tres cabezas; perro, serpiente y caballo con un solo cuerpo. Con este nombre aludían al ser supremo, omnipotente, creador y protector del universo; el Dios común de las tres grandes religiones monoteístas; una única deidad con tres semblantes: el cristianismo, el Islam y el judaísmo. Tres interpretaciones de una misma doctrina, devoción hacia los mismos profetas y una historia similar sembrada de millones de muertos en nombre del todopoderoso.
A pesar de lo que simbolizó su semblanza, Hécate se convirtió en una joven efímera, sencilla; vivió su infancia entre ovejas, ajena al rencor y la fe, las piedras y las balas, las medias lunas y las estrellas...
Un trágico día, a la edad de cinco años, murió acribillada por la metralla hebrea en la ciudad de Ramala.
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