lunes, septiembre 11, 2006

Verde


Con el nuevo amanecer llegaron las lluvias a la comarca tras largos años de canícula. La tierra sació su sed y la espesa bruma de polución se disipó tras el aguacero. Los ríos y embalses recuperaron su caudal, y con las lloviznas se extinguió la ultima llama deforestadora. Los áridos parajes cicatrizaron sus grietas y los pastos verdearon al sol; el mustio manantial comenzó a manar un torrente de agua, y del nuevo cauce bebió toda la fauna y flora del lugar.
Al alba la comarca se perfumó de ruda y mejorana. Del cañón de los fusiles y de los crucifijos brotaron rosas espinadas para que ninguna mano pudiera empuñarlos más. La hiedra cubrió campanarios y minaretes, y de los campos minados nacieron ejércitos de tulipanes. Las plantas sanaron al moribundo y los virus se marchitaron en clorofila.
Aquella mañana de septiembre el cielo regó huertas y árboles frutales; Las secuoyas crecieron mas altas que las chimeneas y los reactores quedaron ocultos bajo los helechos; la explosión botánica mitigó la hambruna de las estepas vecinas, y muchos labios, ya hidratados, se sintieron al besarse.
Aquel amanecer desperté bajo una fina lluvia que empapaba mi rostro, tendido sobre la hierba con el fresco aroma a pino y eucalipto de las montañas. Comprendí que todo había sido un sueño, un presagio verde, como el césped que me abrazaba. Cerré los ojos, y decidí seguir soñando.