miércoles, septiembre 19, 2007

Los puentes de Aldebarán


Como la luz de un batiscafo en la profundidad del océano, un fulgor cegador desgarró la madrugada sobre el puente del Bósforo. Las sirenas de los petroleros aullaron a la luna, los ecos de la ciudad se sumaron al estrépito, al tiempo que una marea humana inundó de murmullos las calles de la vieja Estambul. El misterioso resplandor centelleó en la noche, como un faro alumbrando el caos, aluzando las sombras con su intensa claridad; dibujando imágenes geométricas en cada destello, proyectando en el aire una secuencia de claroscuros, brillos y contrastes.
Arribó de la nada, quebrando la noche en un instante, ante el pánico y la perplejidad de las miradas. Como el reflector del submarino que rasga la oscuridad abisal, ante la incomprensión de los peces, incapaces de explicar un fenómeno que turba su apacible universo azul. Atónitos frente a la singularidad, inquietos frente a lo desconocido; aterrados, fascinados, hipnotizados por unos rayos luminosos, tan próximos en la distancia, como alejados de la razón.
Y como vino se esfumó, en el espacio de un suspiro, perdiendo su estela refulgente más allá de las estrellas, dejando el puente entre Asia y Europa bajo un espeso manto blanco, como si una intensa nevada hubiera caído sobre la bahía. Aquella misma noche de agosto, otra misteriosa luz se desvaneció a las afueras de Pekín, coloreando de plata algunos kilómetros de la gran muralla.
Algunos astrofísicos hablan de agujeros de gusano entre el espacio y el tiempo, otros de anomalías atmosféricas en el campo magnético del planeta; los gobiernos lo achacan a unos ensayos científicos de meteorólogos. Lo cierto es que durante unas horas la humanidad sintió amenazada su lógica, su supremacía sobre La tierra, como especie dominante, amos de su entorno inmediato.
En un hospital de Kinshasa un niño salió del coma la noche de los avistamientos. De sus meses de sueño solo recordaba un hermoso mundo en la orbita de Aldebarán, un lugar repleto de puentes donde apenas se levantaban murallas…

martes, septiembre 04, 2007

El laberinto de marfil


Desorientado al oriente, entre alba y poniente, en algún instante entre pasado y presente, existe un gran laberinto. Un lugar en ninguna parte, el sitio de los perdidos, de los errabundos sin rumbo, de caminantes sin camino, sin exilio ni destino.
Miles de pasillos embrollados, clonados, desencasillados. Tabiques de marfil amurallando los senderos, infinitas baldosas blancas alfombrando cada ruta, cada estancia, cada gruta.
Un infierno elegante y decadente, un inmundo rincón sin mundo, un galimatías de espacios espaciados, yermos, deshabitados. Espejismos inconexos, deja vus en los reflejos, sueños despintados, presagios en las sombras, lagunas en los recuerdos, alucinaciones encadenadas, fantasías descarriladas.
Una prisión en lo mas siniestro de la mente, entre razón y depresión; en el continente mas oscuro de la imaginación, donde las puertas son de entrada y la salida subsiste omitida, en cualquier esquina escondida, entre locura y cordura, consciencia y clarividencia, sumisión e insurrección.
Un laberinto con dragones y mazmorras, heroínas, y fantasmas que dejan tras su estela de polvo, las rayas que dibujan la vereda entre tabiques de marfil, bajo una fría fluorescente blanca, parpadeando en la penumbra de cualquier lavabo…