lunes, noviembre 27, 2006

Héroes



Algunas criaturas realizan hazañas extraordinarias, encomiables actos de valor y bondad; no poseen habilidades sobrehumanas ni poderes que desafíen la razón, pero la gente les admira como si tal, loando de ellos las virtudes especiales de las que carece el resto. Se convierten en personajes idealizados y elogiados, son personas magnánimas e indulgentes; seres de sangre noble y espíritu bondadoso, benevolentes y altruistas. Son filántropos, paladines de la generosidad en una sociedad individualista y ambiciosa.

Arriesgan su vida para intentar salvar la de sus semejantes, sacrifican todo en un impulso de humanidad, son bienhechores, paradigmas de la valentía; el mundo les conoce con el nombre de héroes. Anidan entre las crónicas de sucesos, en la literatura o surgen de entre las llamas en las catástrofes.

Mis héroes habitan los poblados de Etiopia, conviviendo con la hambruna y la guerra, desafiando a la enfermedad. Son equipos solidarios, que viven ayudando al prójimo sin lucrarse; personas que dedican parte de su vida a asistir a los desamparados. Son individuos anónimos que contribuyen a forjar un mañana a los infortunados. El personal sanitario que asiste a los enfermos infecciosos, los educadores que llenan de conocimiento las aulas, las personas que tienden la mano al necesitado, que auxilian al desgraciado, que colaboran en erigir un porvenir de entre los escombros de las contiendas.

No son insignes por sus meritorias obras, ni ídolos mediáticos. Pero son los auténticos superhéroes de nuestra civilización; no pasean por los tejados de Gotham sino por las calles de Calcuta, redimiendo al infeliz, proyectando sonrisas en los semblantes; son compasivos, auténticos seres humanos… Curan en Ruanda, educan en Namibia o trabajan en Angola; otros construyen hogares y un futuro en Europa lejos la inanición y el estrago.

Cerca de Madrid hay cinco sonrisas en un parque, una por cada continente, una sola familia, y junto a ellos sus nuevos padres, mis héroes.

jueves, noviembre 23, 2006

Un lugar en alguna parte


El peregrino ha emprendido su travesía hacia un lugar en alguna parte, un largo camino repleto de enigmas y peligros. La aventura de las mil y una lunas, un viaje hacia algún lugar en el mundo, atravesando pueblos y parajes donde compartir, conocer y aprender; rincones para intercambiar, degustar, y regar la mirada de sabiduría, curtiendo la piel de experiencia; montañas obturando la ruta, donde se pierde el dibujo de la senda tras la niebla que abriga las cimas; Bosques tabicando el periplo, cerrándose sobre la vereda con frondosa vegetación.

El viajero errabundo nunca se detiene, para que las volubles tierras del sendero no le engullan; recorre su itinerario con paso firme y atrevido, escudriñando nuevas vías de reanudar el viaje cada vez que presiente haber arribado a su destino.


El explorador errante extraña una remota parte del mundo, su porción de espacio en la vida, su ambiente esencial, personal y eterno. Pero este elíseo se esconde mucho más allá de las remotas playas de Moais en Rapa Nui; cuentan los trotamundos que los vergeles anhelados limitan con las cataratas del fin del mundo y las montañas de fuego; son países deshabitados que ni si quiera aparecen en los mapas.

El peregrino busca nuevas fronteras que atravesar, sin temer a lo desconocido, no recorriendo nunca el camino trazado, porque tan solo le conduce hacia donde otros ya han estado. Pero tras largos años de viaje entiende que su destino final no será su deseado edén, sino el conocimiento y la mundología que le ha regalado la supervivencia durante su travesía.

martes, noviembre 14, 2006

Los efímeros



Los efímeros son gente superficial, vacía, sin argumento. Deambulan por la vida adoptando distintas personalidades, los roles que cada momento les otorga. Son instantáneos, fugaces, no perduran en la memoria ni en los corazones. Sus palabras caducan al viento, sin contenido ni destino.

Son momentáneos, intentan aparentar lo que no son, hablar de lo que no saben o de lo que no les importa. Persiguen el reconocimiento ajeno, codician que les envidien, y envidian lo que codician. Son seres pasajeros, breves, perecederos; desean todo lo que no tienen, porque no tienen nada deseado. Buscan destacar en algo y así poder publicar su hito; alardear de sus éxitos, pregonar sus virtudes, exhibir más de lo que poseen, mientras dinamitan la senda al prójimo, para que nadie eclipse su camino. Como dice mi amigo Sam son expertos profesionales en intentar agradar durante las primeras impresiones.

Los efímeros no viven amando sino ambicionando, no opinan sino afirman, no hablan sino ladran. Son vagabundos del sistema, seres grises, deshumanizados, espectros de la animadversión.

El único efímero recordado es el que se arroja al vacío por el abismo de sus miserias, ya que al menos después de muertos, la compasión les extrañará.

domingo, noviembre 12, 2006

La chronosfera



La chronosfera es el espacio de tiempo en el que transcurre la vida. Es la cuarta dimensión de cada ser vivo, el aura invisible omnipresente que erosiona nuestros cuerpos y contiene nuestra esencia. En la chronosfera habitan todos los momentos de nuestra existencia, cada sueño y recuerdo, la nostalgia, los deseos…
La chronosfera es mi atmósfera vital, mi arca del tiempo, mi blog en el ciberespacio. En ella residen todas las emociones, inquietudes, sensaciones y fantasías. En su interior van almacenándose los días pasados, los viajes, ciudades, fotografías, libros y canciones; los colores y sabores de la vida, la gente y las cosas que orbitan en nuestras mentes y corazones. En esta nebulosa incorpórea flotan los pasajes de cada persona como pompas de jabón, cada bola cristalina contiene un relato, la historia de una novela o el argumento de una buena película; Pero también sobreviven los momentos amargos, la melancolía o los aburridos minutos provocados por una mala función o la maldición de una estrofa atormentando tus oídos.
Cada suceso, edad y persona es un post en la chronosfera, y en ella perdurarán a la erosión de los años, en el arca del tiempo, cobijadas del olvido.

miércoles, noviembre 08, 2006

La juglar


Hace algunos años conocí a una juglar, una cantautora de corazón trovador; que cada domingo iba a su poblado gitano cerca de Barcelona para cantar cuentos con su guitarra, relatos fantásticos con música y teatro.

Formaba un círculo de niños en el suelo, se sentaba en el medio y entre acordes les contaba la historia de la rana voladora que saltaba entre las nubes, y que un día encontró una escalera de cristal para subir a La luna. Un país de montañas blancas y cielo negro estrellado, donde vivía un hada que dibujaba palabras con las estrellas y una oruga rosa que jugaba a esconderse entre los cráteres, de una luciérnaga gruñona. Se agarraron a la cola de un cometa y viajaron por la galaxia entre mundos de colores y polvo espacial, se deslizaron por los anillos de saturno y cuando tuvieron sueño el cometa volvió a su constelación, el hada y sus amigos a La luna, y la rana a su ciénaga, donde soñó que era una rana voladora que saltaba entre las nubes.

viernes, noviembre 03, 2006

La isla



Hace cientos de años un volcán emergió de la mar, provocando la mayor explosión que el planeta ha conocido hasta nuestros días. Desde el Mediterráneo catapultó roca a los pueblos de Asia; su columna de humo alcanzó los cuarenta kilómetros de altitud, y su estruendo recorrió desde las costas portuguesas hasta las dunas de Persia. La lluvia de magma llegó al cielo de Egipto, y el tsunami que acompañó a la erupción extermino todo rastro de civilización en Creta.

Hoy en día la isla vive con cautela a los pies del volcán. Las sendas de escalinatas serpentean por las laderas de los acantilados, recorriendo las barriadas de casitas blanquiazules, que salpican roquedas y peñascos, desafiando la gravedad.

Las aguas verdosas acarician sus playas de arena negra, y la bruma que los cráteres levantan del mar humedece los viñedos y las flores que colorean los balcones rotos que penden de los abismos.

Los geólogos aseguran que el planeta volverá a rugir, y el archipiélago verá emerger antiguas ruinas, mientras parte de sus campos desaparecerán bajo las aguas. Los isleños y los gatos que pueblan sus terrazas y callejuelas aguardan la tormenta de fuego, confiando en sobrevivirla, y así poder reconstruir de entre las cenizas sus nuevos hogares.